Cada uno de nosotros tiene clara la distinción entre buenas y malas noticias. Las malas noticias nos recuerdan un problema no resuelto, un fracaso, una enfermedad, una muerte, una destrucción, algo que genera angustia y decepción; las buenas noticias nos hablan, en cambio, de una vida capaz de levantarse, nos hablan de servicio, de sacrificio por los demás, de gratuidad, de perdón, de ternura, de curación.

Todos sabemos que podemos recibir tanto buenas como malas noticias; sin embargo, es evidente que cuando abrimos el navegador, cuando consultamos un periódico, cuando encendemos la televisión, recibimos más noticias negativas.

Como explica irónicamente la periodista Susanna Wolf, «sólo las malas noticias son buenas noticias» es un lema del periodismo. Describe el principio de que las historias sólo se venden bien si se basan en un conflicto o una situación dramática.

De hecho, al hojear un periódico, no vemos proporción entre las noticias que muestran solidaridad y las que se centran en el conflicto, explotando el drama.

Sin embargo, ¿podemos decir que, de este modo, los medios de comunicación describen adecuadamente la realidad? ¿O es más justo decir que nos presentan una realidad distorsionada, en la que sólo parece estar presente el mal?

La importancia de la proporción entre las buenas y las malas noticias

Hay malas noticias que se deben comunicar. Desde luego, no podemos ignorar que un ser querido tiene un problema de salud. No podemos ignorar que se está librando una guerra en Ucrania o que hay una nueva epidemia. La cuestión, sin embargo, es otra: ¿realmente sólo necesitamos estar informados de lo que es negativo?

No se trata de huir de las situaciones malas (estar informado es un signo de participación activa, en la vida familiar y comunitaria), pero ¿por qué, si somos periodistas, no ofrecemos también buenas noticias?

Cada día, en el mundo, se llevan a cabo muchas e importantes obras de solidaridad: los misioneros parten hacia tierras lejanas para aliviar el sufrimiento de los pueblos desfavorecidos y portar el Evangelio; cada día se crean nuevos hogares familiares para ayudar a los niños; cada día se rescata a las prostitutas de la calle a través de los centros que se ocupan de la trata de personas; cada día hombres y mujeres arriesgan su vida para llevar agua y alimentos a las zonas de guerra. Hay iniciativas para la paz, para fomentar la integración entre las personas, hay curaciones de adicciones e historias de perdón fuera de los tribunales. ¿Por qué no dar más protagonismo a noticias como éstas, que aportan esperanza y pueden inspirar a otros?

Valorar lo bueno no significa quitarle importancia a los hechos negativos, sino ayudar a ver lo bueno de las personas.

Promover la paz a través de la información

Además del tipo de información que hay que dar y de garantizar una proporción razonable entre las buenas y las malas noticias, también es importante el cómo se informa. Por ejemplo, el tema de la guerra, que desgraciadamente siempre está de actualidad. El lenguaje suele moldear la realidad: transforma los pensamientos y las percepciones. Glasser, presidente de la Asociación para la Educación en Periodismo y Comunicación (AEJMC), advierte sobre algunos de los peligros de la ideologización de la prensa, comentando entonces las noticias difundidas en su país sobre la guerra de Irak:

«Ahora como siempre, el lenguaje de la guerra desinfecta, confunde y mistifica los motivos; celebra la agresión y glorifica la muerte; demoniza a ‘ellos’ y deifica a ‘nosotros’. Peor aún, el lenguaje de la guerra degrada el debate, dejando poco espacio para la disidencia y el desacuerdo».

Como señala el profesor Norberto González Gaitano, de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en su trabajo Periodismo y conflicto. Una interpretación de la actividad periodística a la luz de la encíclica Pacem in Terris , los periodistas «deben hacer un esfuerzo constante de traducción para no hacerse cómplices de las estrategias de propaganda de las partes contendientes». Las guerras nunca son limpias, a pesar de los intentos de restar importancia a los términos para justificar las acciones crueles o incluso brutales que conllevan, o simplemente para mistificar sus motivos: expresiones como «eliminación selectiva», «liberación» por invasión, «fuego amigo», «efectos colaterales», «coalición de voluntariosos», «eje del mal», «resistencia» por terrorismo, etc. son disimulaciones de la realidad. Otras veces, y suele ocurrir cuando todavía no hay víctimas ni sangre ni destrucción que mostrar, los periodistas se centran casi obsesivamente en el ritual de la exhibición tecnológica del armamento, como deslumbrados por la fascinación morbosa del mal, un mal que sólo aparece virtualmente y que, por tanto, parece inofensivo».

Si uno se dedica al campo de la información, es una pena favorecer sólo las ventas. Porque para que este trabajo sea un auténtico «servicio», hay que preocuparse, ante todo, por el bien común.

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