El 4 de octubre del año pasado, las redes sociales Facebook, Instagram y
Whatsapp dejaron de funcionar durante más de seis horas. La caída afectó a
cientos de millones de usuarios en todo el mundo, que estuvieron
desconectados durante más de 6 horas. Hay que contar que Whatsapp tiene
actualmente 2 mil millones de usuarios activos, Facebook 2700 millones e
Instagram 1220 millones. Fue el apagón más largo de la historia de la
comunicación.

El escenario que se vivió fue de apocalipsis cibernético: mientras
unos hiperventilaban tratando de actualizar su teléfono sin éxito, pensando
que era un problema personal, otros buscaban en Google algo de información
para saber qué estaba sucediendo.

Nuestra adicción a la tecnología salió a la luz

El enganche tecnológico se hizo patente -eso de lo que llevan tiempo
hablando psicólogos expertos-, pues a medida que iban pasando los minutos
la ansiedad y el nerviosismo iban en aumento, síntomas claros de
dependencia digital.

El hecho más cómico de la jornada llegó cuando tanto Whatsapp como
Facebook, ambas propiedad de Mark Zuckerberg, dieron noticia vía Twitter
-la competencia- del fallo que se estaba experimentando en todo el planeta.

Documentándome para elaborar este artículo, me sorprendió constatar que la
solución que se proponía en internet ante la caída de las empresas de
Zuckerberg era continuar en el mundo online, haciendo uso de otras
plataformas como Twitter, Telegram o Gmail.

La cuestión era sí o sí rellenar ese “tiempo muerto” que se había generado
a medida que se sucedían los minutos en el reloj y no se solventaba el
problema.

Teníamos dos opciones: esperar ansiosos a que todo volviese a la normalidad
o bien abrir el amplio abanico de posibilidades analógicas y que ahora ya
hemos casi olvidado.

Cayeron las redes, pero no fue el fin del mundo

Ese día de octubre hubo mucha agitación entre los influencers, y no es para
menos: su trabajo se expone a través de Instagram. Sin embargo, quiero
imaginar que hubo algunos de ellos que optaron por mantener la calma y
darse cuenta que aparte de la necesidad de subir contenido de calidad es
más importante conectar con las personas de su alrededor cara a cara,
alejados de la posible vanidad que puede generar tanta auto contemplación.

Quiero pensar que muchos adolescentes que vivían aislados en su cuarto
consultando las redes, ese día decidieron salir y tocar de bruces con la
realidad, que puede ser tan interesante como la vida online, ya sea
manteniendo una charla edificante con sus padres, estudiando la lección o
haciendo algo de deporte.

También esa madre de familia que, al llegar la tarde, la consumen los
cientos de mensajes que recibe por Whatsapp, y que ese día decidió jugar
tranquilamente con sus hijos echada en el suelo.

O ese amigo que sólo se comunica por audios, a los que sus colegas se han
habituado a pulsar el botón x2 porque tampoco tienen tiempo de escucharlo,
pero el día del fallo mundial decidió armarse de valor y enfrentarse a una
llamada de viva voz y así ponerse de verdad al día.

O tal vez te pasó como a mí, con mi rutina nocturna de ponerme al día en
mensajes, stories y actualizaciones acumuladas de toda la jornada,
conseguí acostarme temprano, incluso leí un poco un libro que tenía
abandonado y en consecuencia dormí más y me levanté fresca como una rosa al
día siguiente.

Pienso que fue una gran lección para todos.

Este hecho fue el termómetro para poder evaluar el grado de dependencia

que cada uno tiene con la tecnología y vale la pena hacer un ejercicio de
introspección y tomar cartas en el asunto.

Cuando estamos inmersos en la tecnología sufrimos una verdadera desconexión
con la realidad y pasamos a vivir una vida paralela que nos absorbe por
completo. En cambio, cuando volvemos a conectar con ella, nuestra vida se
serena y se apacigua.

Así que te dejo con esta pregunta: si este apagón total volviera a ocurrir,
¿cómo invertirías tu tiempo? ¡Espero respuestas valientes!

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