Hay algo que une a todos los hombres: el deseo de la felicidad. Aunque en
modos diversos, todos intentamos hacer lo que pensamos que nos llevará a
vivir mejor. Pero el camino a la felicidad se parece a una carrera de
obstáculos, está lleno de trampas: de vez en cuando aparece algo o alguien
que nos propone llevarnos inmediatamente a la meta, pero, al contrario,
sólo nos hace perder tiempo o, incluso, retroceder.

Cuanto más buscamos la felicidad verdadera, más experimentamos que ser
felices no es una empresa sencilla… No basta con seguir nuestro instinto:
hay que estar dispuestos a hacerse preguntas y buscar respuestas, aprender
de los errores, decir síes o noes que exigen sacrificio; antes incluso se
debe aceptar el “vacío”, el agujero negro de la infelicidad, pues sólo
reconociendo que existe buscaremos el modo de superarlo.

La felicidad en una elección contracorriente

Fue así – doloroso y accidentado – el camino hacia la felicidad de Daniel
C. Mattson, que en su libro

Why I don’t Call Myself Gay: How I Reclaimed My Sexual Reality and
Found Peace,

2018, Ignatius Press cuenta cómo, tras años de sufrimiento, encontró la
serenidad reconociendo la objetividad de su identidad sexual, y viviendo en
consecuencia, regenerado gracias al descubrimiento del valor de la
castidad.

Al narrar la historia de Dan no queremos ofender a quien ha decidido vivir
de otra manera. Sólo que, para elegir libremente algo, conviene saber que
existen alternativas. Un auténtico pluralismo refleja que existen
diferentes vías, y que la verdadera libertad consiste en elegir
conscientemente lo que se considera justo, no lo que parece inevitable.


La historia de Dan y el encuentro con los “Courage”

Desde pequeño, Dan se acostumbró a consumir contenidos pornográficos. Pero
comprendió pronto que una sexualidad vivida sólo como “consumo” no lleva a
la felicidad, sino a encerrarse en uno mismo. Sin embargo, no tuvo a fuerza
para abandonar ese vicio. Atraído por personas de su mismo sexo, de adulto
llega a vivir una historia de sexo con un hombre, pero esto le hace
sentirse terriblemente solo y triste. Desea alguien con quien compartir su
vida. Se enamora de un hombre, y ambos se embarcan en una relación. Dan
piensa que es feliz con su compañero, aunque en su interior advierte que su
corazón anhela una alegría más grande y profunda de la que siente.

La relación se consolida, hasta el punto de pensar en hablar con su
familia. De repente, a su vida llega una mujer, de la que se enamora
profundamente. Con ella, Dan siente algo nuevo, se siente completo. Entre
ellos hay un gran entendimiento y piensan en el matrimonio. Todo parece
inmejorable, cuando la chica le revela que no quiere tener hijos. En ese
momento, el mundo se le cae encima: Dan no concibe el matrimonio sin niños
y, después de una pausa de reflexión, rompen.

Dan se hunde en la desolación, se siente confuso y desorientado, no tiene
claro quién es y qué quiere. Su identidad sexual es borrosa. Durante ese
oscuro periodo, se topa con el movimiento católico Courage, cuyo
fin es acompañar a personas con tendencia homosexual hacia el
descubrimiento de sí mismos y de Dios, sin juzgarlos ni denigrarlos,
evitando forzamientos, imposiciones y ligerezas.

El proceso, en línea con la doctrina de la Iglesia Católica, parte del
reconocimiento de una realidad: sólo existen dos sexos, nacemos hombre o
mujer, y la familia proviene de la unión esponsal de un hombre con una
mujer. Para muchos esta es una postura “retrógrada”, pero es absolutamente
revolucionaria – y aunque también se base en datos biológicos-, visto que
nuestra sociedad ve una forma de emancipación en la posibilidad de
autodefinir el propio sexo, y los elementos fundantes de la familia en la
atracción o en la voluntad de estar juntos (y no en la diferencia sexual).
Seguir los propios deseos es un dogma (que excluye, de hecho, cualquier
otra opción, rechazada como ofensiva o lesiva de la libertad): cualquier
pasión es considerada buena y sana por el simple hecho de manifestarse.

Proponer no significa discriminar

En una sociedad que considera una forma de violencia, de prepotencia o de
discriminación, afirmar que los seres humanos existen objetivamente como
varones y mujeres, y que la familia nace de su fusión, la propuesta del
movimiento Courage es realmente audaz y, con seguridad, mal vista.
Y podríamos pensar que, incluso, poco seguida: en un mundo que presume de
haber alcanzado la liberalización sexual y la extinción de límites y
fronteras en este campo, ¿por qué una persona con tendencias homosexuales
debería ir con ellos, para escuchar algo que no siente como instintivo y
natural?

Sin embargo, Dan se siente muy atraído e intrigado. Se acerca a ellos sin
prejuicios, porque son ellos los primeros en no tenerlos, en no juzgarle
por sus tendencias. Lo acogen independientemente de su estilo de vida.

Y Dan no se siente ni culpabilizado, ni ofendido ante la propuesta radical
de recuperar su identidad partiendo de una base biológica objetiva. Acepta
el camino sugerido, reconociendo en esta propuesta una verdad, con la que
-dirá- se siente protegido y liberado. Viviendo en castidad, es decir,
manteniendo con otros hombres – aunque se sienta explícitamente atraído –
una relación de amistad y fraternidad, comenzará a sentirse bien consigo
mismo.


Castidad frente a una tendencia: una elección libre

¿Por qué contar historias como la de Dan? Porque en nuestro mundo, tan
democrático y tolerante que impone un pensamiento único sobre el amor y la
familia, dialogar en el verdadero sentido del término sobre estos temas, y
ofrecer diferentes puntos de vista, es un acto de heroísmo que, sin duda,
vale la pena, aunque sólo fuese para no renunciar a la riqueza de un sano
pluralismo.

Sin tratar de ofender a nadie, nos parecía hermoso contar la experiencia de
una persona que, con una decisión contracorriente y “políticamente
incorrecta”, afirma haber encontrado la felicidad. Dan no conocía la opción
de la castidad, no tomaba en consideración la idea de partir de una
realidad objetiva, y cuando descubre que es posible, elige hacerlo de
manera libre. Y decide “escribir el libro que hubiera querido leer a los 19
años”.

¿Lo de Dan es un caso aislado?

Numerosos testimonios lo contradicen

, y demuestran que muchos han realizado un camino similar y, como él, han
encontrado la paz.

La concreción de la vida bate toda abstracción

Cuando se habla de homosexualidad, se corren muchos riesgos. Quizás nos las
damos de científicos, sin saber de qué hablamos. O nos llenamos de
palabrería, sin advertir la complejidad de la vida.

Hay quien ofende o denigra, quien excluye a un amigo o echa de casa al hijo
porque se declaró homosexual; hay quien propone soluciones fáciles (“sigue
tu corazón”, “haz lo que te sientes”, “si lo deseas de verdad, seguro que
es lo adecuado”), sin tener en cuenta que no siempre nos dirigimos hacia
nuestro verdadero bien (y esto vale para todos). Y luego hay quien “dicta”
reglas y normas, quien trata a las personas como folios en blanco sobre los
que estampar sus decretos, olvidando que cada uno, para encontrarse a sí
mismo, necesita acompañamiento y apoyo. Y hay quien siempre tiene en la
boca la palabra “respeto”, pero la usa de modo impropio, porque en realidad
lo que propone más bien es una cómoda indiferencia.

De hecho, lamentablemente, pocos bajan de las tribunas y de los eslóganes
para situarse en la realidad, en las necesidades concretas de las personas.
Pocos se preguntan realmente qué lleva al otro a ser plenamente feliz.

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