El amor eterno existe, al menos según estudios e investigaciones -según la
ciencia, podríamos decir- aunque si damos después un vistazo a nuestro
alrededor, esta afirmación puede parecer absurda, una frase para románticos
‘incurables’, una utopía de enamorados, destinada a desaparecer tarde o
temprano.

Sin embargo, el intercambio de las promesas matrimoniales para siempre
sigue envuelto en un halo de magia, perseguido como un sueño, a menudo
considerado inalcanzable, un deseo fascinante y, al mismo tiempo, casi
asusta por miedo a que se pueda acabar, e incluso mal.

La investigación confirma que es posible amarse para siempre

Un estudio de la Universidad de Arizona de hace unos años,
publicado en la revista americana Psychological Science, reveló
que el amor eterno existe, y no puede ser roto ni siquiera por la muerte.
Además de confirmar la estrecha dependencia que existe entre el bienestar
de los cónyuges, la investigación demuestra que el vínculo continúa incluso
después de la muerte de uno de los dos miembros de la pareja,
independientemente de la edad, el estado de salud y los años de matrimonio.

Así, a pesar de las altísimas tasas de divorcio y de las crisis
matrimoniales que proliferan en todo el mundo, el amor eterno
tiene todavía posibilidades.

Estudios e investigaciones en el campo de la neuropsicología han analizado
la actividad de las regiones cerebrales responsables del enamoramiento en
personas que llevan casadas una media de 21 años y en aquellas que se han
enamorado recientemente.

Los resultados dicen que es posible amarse durante mucho tiempo y
también seguir enamorándose, él y ella, cada día

. En suma, parece que la ciencia afirma que el amor eterno, tachado de
romántico, casi como un estigma reservado a unos pocos ilusos, no solo es
realmente posible, sino que también es bueno, y una fuente de auténtico
bienestar para las personas que lo viven, una especie de garantía de
felicidad. El ser querido se imprime en la mente y no es posible borrarlo,
y si – por un absurdo – intentáramos hacerlo, no seríamos capaces de
eliminarlo por completo, porque el verdadero amor es imborrable, como
recuerda una ‘extraña’ película, ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind), con Jim Carrey y Kate
Winslet.

El amor eterno no es sólo una esperanza ilusoria

La idea del amor auténtico ligado al deseo de eternidad persiste en las
generaciones más jóvenes, pero tal vez sólo como esperanza ilusoria, porque
lo que falta es programación y compromiso, y en el pacto, la promesa de
eternidad. Traducido a la vida cotidiana, implica la valentía para
construir cada día el “para siempre”, renovar las promesas a diario, «decir
sí» no una vez por todas – que podría sonar, especialmente en tiempos de
dificultad, casi como una condena sin apelación –, sino cada día, para
siempre, en un camino que se construye momento tras momento, dificultad
tras dificultad, y que, por esta vía, se hace eterno. El para siempre es
posible y alcanzable, porque se convierte en el fruto de una elección libre
y consciente, en la que tanto el amante como el amado eligen in primis el amor.

El amor eterno no es noticia

Un amor de este tipo es capaz de superar las crisis –más o menos
inevitables–, de resistir las tormentas, el orgullo, el miedo
claustrofóbico de vivir el vínculo que une como un yugo que oprime y limita
la libertad personal. Por supuesto, como dice el viejo refrán, «un árbol
que cae hace más ruido que un bosque en crecimiento». Y entonces nos
encontramos, por desgracia, con muchas historias de separaciones, de
crisis: también en el cine, aparte de los raros casos de historias ñoñas,
parece difícil hablar de amor, matrimonio, eternidad y, por lo tanto, de
felicidad, una alegría que no significa, por supuesto, ausencia de dolor,
pero que sin duda implica una elección, el empeño de la voluntad que se
renueva cada día. Ese amor que, en definitiva, existe y re-siste a la
sociedad ‘líquida’, una sociedad en la que todo pasa, donde las parejas, a
la primera señal de malestar, muchas veces sin ni siquiera un intento de
reparación, prefieren separarse e intentarlo de nuevo en otro lugar. Ese
amor no es noticia, como se suele decir, pasa inadvertido. Y nos sorprende
que un actor italiano bastante famoso declare públicamente que todavía
está, y para siempre, enamorado de su esposa, que murió a causa de una
enfermedad hace ya más de diez años. Una historia bastante parecida a la
vivida por los protagonistas de Lei mi parla ancora, una película
italiana de Pupi Avati estrenada en febrero de 2021, que cuenta la fuerza y
la sacralidad de un sentimiento eterno.

Un sueño posible y realizable que conduce a la felicidad

La realidad, sin embargo, envía imágenes diferentes, casi parece estar en
una especie de ilusión negativa, apoyada de alguna manera por la sociedad.
La cultura del «divorcio sin culpa» ha hecho que el matrimonio, en sí
mismo, sea inestable: ya no nos casamos, nos conformamos con una felicidad
a corto plazo; o nos casamos, dejando abierta «la puerta de emergencia»
para cuando termine el enamoramiento. En cambio, como también demuestran
las investigaciones, enamorarse puede ser -si se quiere-, una condición
para siempre y a partir de la vida cotidiana, de los pequeños gestos de
cada día, con la voluntad constante de darse y perdonarse, para realizar
así el sueño de una eternidad que se hace presente, que lleva a la
felicidad, cada día, para siempre.

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