Clay A. Johnson.The Information Diet. A Case for Conscious Consumption. O’Reilly , Sebastopol 2012

A partir de una muy ilustradora comparación con la dieta alimenticia, Clay
A. Johnson se propone instruir al lector en la necesidad de una saludable
dieta informativa. El libro se divide en tres partes. En la primera
(“Introduction”), el autor explica cómo se ha llegado a la situación actual
de consumo informativo; en la segunda (“The Information Diet”),
probablemente la más interesante y útil, se proponen una serie de hábitos
de consumo positivos en el ámbito informativo; la última parte (“Social
Obesity”) es una llamada a la acción.

Parte I:

La primera característica del libro es un enfoque muy propio de la
mentalidad estadounidense, ya sea por los ejemplos (principalmente de
política americana) que por la visión, muy clara y quizás un poco ingenua
en algunos casos. Esa perspectiva se descubre también en la radicalidad de
los ejemplos y en el alarmismo ante los peligros, sobre todo por lo que se
refiere a la salud (obesidad…). El libro mejoraría y sería de mayor interés
si se añadieran ejemplos de otros ámbitos y lugares geográficos. Al mismo
tiempo, el libro es de fácil lectura y divertido en muchas de sus páginas;
baste un ejemplo referido a la propia persona del autor: “El lugar más
peligroso de América es el que hay entre mí y una ala de pollo” (“The most
dangerous place in America is between me and a chicken wing”, p. 15).

El punto de partida del libro es que somos productos de la información que
consumimos y un exceso en su consumo tiene serias y negativas consecuencias
personales y sociales. No basta que exista buena información, sino que hay
que aprender a ser selectivo en su consumo. Un argumento permea el libro:
la responsabilidad de un consumo saludable está en la libertad de la
persona. El autor desestima las teorías conspiratorias sobre los medios
que, en su opinión, se mueven solo por intereses económicos, y afirma que
es la voluntad del individuo (del público, de la audiencia) la que acaba
determinando las decisiones de los productores de información. En este
sentido, reconoce que uno de los principales problemas que conllevan las
nuevas tecnologías de la comunicación es la personalización de la
información, con el consiguiente empobrecimiento del consumidor, pero ve
esa posibilidad como una nueva oportunidad para reflexionar sobre los
propios hábitos de consumo informativo.

En no pocas ocasiones se ofrecen consejos prácticos, en su mayoría de
sentido común. Por ejemplo, ante la cantidad de inputs informativos que
recibimos (email, sms, avisos en el ordenador…), el autor recuerda que eso
no obliga a tener que consumirlos todas: el problema no está en la cantidad
de información (“information overload”) sino en un hábito de consumo
exagerado (“information overconsumption”). Un colofón divertido a esta
situación es su comparación con el tabaco: no morimos de sobredosis de
cigarrillos, a menos que nos caiga un camión de cigarrillos encima, sino
por fumarlos en exceso.

El autor, que proviene del activismo político liberal, hace un interesante
esfuerzo de balance y se muestra crítico con la información política y, en
general, con el consumo de información que busca solo reafirmar las propias
convicciones, sean de un signo político o de otro. Entre los problemas
principales, afirma el autor, está la “information obesity”, debida en gran
parte a mecanismos como la agnotología (“agnotology”, difusión de la duda a
través de la producción de datos que parecen correctos), la cerrazón
epistémica (“epistemic closure”, la no aceptación de las ideas que entran
en conflicto con las propias) y el fallo del filtro (“filter failure”, es
decir, el consumo exclusivo de información filtrada por nuestros círculos
sociales).

El autor ofrece muchos consejos prácticos. Sin quitarles importancia,
muchos responden al sentido común y a la madurez propias del profesional
medio por lo que quizá se les dedica un exceso de páginas. Es interesante,
sin embargo, la cita del escritor y bloguero canadiense Cory Doctorow, que
define el mundo de hoy, lleno de distracciones (email, Facebook, Twitter,
llamadas telefónicas, sms, etc.) como un “ecosystem of interruption
technologies” (p.68).

Parte II:

En la segunda parte, Johnson se adentra en la adquisición de hábitos para
una dieta informativa sana, recordando que la dieta no es ayuno (no comer o
comer menos), sino cambiar los hábitos de consumo (comer adecuadamente). El
punto de comparación utilizado por el autor es una de las radicales
tipologías de vegetarianos (los “vegans”), lo que le lleva a proponer un
estilo de consumo informativo que denomina “infovegan”. Como la opción
vegetariana mencionada (que excluye todo tipo de animales en la comida), el
estilo infovegan es “una decisión moral” (p.77) que requiere un consumo
consciente, planificado y con específicas habilidades, en particular, la
“data literacy”. Es en el capítulo dedicado a la “Data Literacy” donde, a
nuestro juicio, se ofrecen las ideas más novedosas e interesantes del
libro. Según el autor, la “data literacy” en el ámbito de la información
implica saber buscarla, filtrarla y procesarla, producirla y sintetizarla.
Las propuestas de Johnson en los dos primeros ámbitos son un tanto pobres
(usar bien Google, pensar en la finalidad del autor de la información o en
nuestra rectitud de intención al consumirla), pero más profundas en los
otros dos: por ejemplo, cuando afirma que la creación de contenido (texto,
audio, video, etc.) es un proceso que nos ayuda a reflexionar sobre
nuestras propias ideas, a entender mejor lo que queremos decir y a
trasmitirlo más eficazmente; además, añade, el filtro que produce el feedback de otros es un modo de mejorar nuestras propias ideas
(síntesis).

A pesar de algunas propuestas más bien banales en el entrenamiento de la
propia voluntad (como medir nuestra atención y productividad con software,
eliminar las distracciones electrónicas como pop-ups o sonidos, etc.), el
autor insiste en la necesidad de ser pragmático y de ponerse metas
razonables y adecuadas a los propios objetivos. No es menos útil, sin
embargo, su invitación a un sano sentido del humor. Su carencia puede ser
un indicador de un exceso de apegamiento a la información y a las propias
convicciones. Para Johnson, el sentido del humor no es sólo reír, sino ser
capaz de ver lo divertido en todas las cosas, especialmente en nosotros
mismos. De fondo, se vuelve a demostrar que más que una cuestión de método
o de instrumentos o de horarios, una buena dieta informativa es una
cuestión de actitud, de jerarquía de valores, de orden, de voluntad.

El autor propone una serie de criterios para desarrollar hábitos saludables
de consumo informativo. Un primer elemento es medir la cantidad de
información que consumimos, partiendo del dato que la media de consumo
informativo es superior a las 11 horas diarias. Ante este dato, Johnson
hace una propuesta muy racional: evitar consumir más de 6 horas al día
pues. Si nuestro objetivo es producir y pasamos más de la mitad de nuestro
día de trabajo en consumir información (y menos de la mitad en producirla),
no estamos siendo lo eficaces que deberíamos ser. Como alternativa al menor
tiempo de consumo, el autor propone acrecentar el tiempo social (amigos,
familia…), de reflexión, y dedicar más tiempo a producir, en el modo que
cada uno considere oportuno, pues “la producción de información agudiza la
mente y clarifica las propias ideas” (“The production of info sharpens the
mind and clarifies your thought”, p.107).

Otras medidas sugeridas son las de consumir menos información internacional
o nacional (no relevante para la vida de cada día) y consumir más
información local, o reducir la información con publicidad. Más sugestiva
es su propuesta de consumir más contenidos en temas y perspectivas
distintos a nuestras propias convicciones: sólo cuando nuestras ideas son
desafiadas, mejoran. En cualquier caso, el autor acaba su propuesta de
dieta informativa volviendo a una general regla alimentaria propuesta por
Michael Pollan, que es simple y flexible: “Come. No mucho. Principalmente
vegetales” (“Eat. Not too much. Mostly plants”, p.116).

Parte III:

La parte final es una llamada a la acción. El consumo de información tiene
una dimensión social muy importante, por lo que el autor considera
necesario cambiar primero la economía de producción de la información y
propone, para ello, que el consumidor exija una información de calidad. Un
convencimiento (quizás un poco ingenuo) que el mercado seguirá esas
exigencias y no al revés. Entre las soluciones, singulariza tres:
acrecentar la formación en ámbito digital (“digital literacy”) de las
comunidades, promover el consumo de información local y sostener
económicamente a los buenos proveedores de información y castigar (no
comprando) a los que ofrecen información de mala calidad.

Para explicar la llamada a la acción o “conspiración” el autor se remonta a
los problemas de participación en las actuales sociedades democráticas. En
su opinión, el problema de escalabilidad de las democracias actuales (en
las que los representantes políticos no pueden interactuar con todos
aquellos a los que representan), debe llevar a los ciudadanos a una
participantes más activa en la vida pública (y no solo en períodos
electorales). En este sentido, recupera el mensaje del candidato a las
primarias de 2003 del Partido Democrático, Howard Dean, “You have the
power” (Tú/vosotros tenéis el poder), añadiendo que los ciudadanos no
tienen que confiar sólo en el gobierno para resolver sus problemas.

A pesar de haber hablado mucho de cuestión moral, de actitud, de poder de
la voluntad, al final del libro (en su epílogo “A Special Note”) se hace
evidente una visión más bien pragmática y un poco mecanicista. En opinión
de Johnson, el verdadero poder en el mundo actual está en manos de los
programadores informáticos, pues son ellos quienes construyen las lentes a
través de las cuales recibimos la información. Por eso, invita a los
programadores a tomarse seria y responsablemente su rol en la sociedad. Esa
visión más bien mecánica y en búsqueda de soluciones técnicas se nota
también al afirmar que la formación más vital después de la alfabetización
básica es la “digital literacy” y la “STEM education”, es decir, “Science,
Technology, Engineering, and Math”, para acabar diciendo que “those skills,
combined with the ability to communicate, give us the greatest ability to
see the truth” (esas habilidades, combinadas con la capacidad de comunicar,
nos dan las mayores posibilidades para reconocer la verdad, p. 145). No es
necesario añadir que no compartimos esta visión que, aunque atractiva, no
explica qué ocurre cuando son los programadores a no tener idea positivas
(o incluso a no tener ideas) en la cabeza…

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