Hace unos días, mis hijos (tres años el niño, un año y medio la niña),
trataban de abrazar a su tía, que se les apareció en la pantalla de un
teléfono.

No se han rendido aún a la virtualidad de las videollamadas, aunque últimamente
estamos acostumbrados a hacerlas a menudo. La pandemia, que mantiene encerradas en casa a millones y millones de personas en
todo el mundo, no admite excepciones: sólo a través de un soporte
tecnológico podemos ver a los seres queridos.

A pesar de que

es mejor llenar nuestros días de buen humor, sonrisas y oraciones;

ingeniárselas para sacar partido a nuestros talentos, en vez de quejarnos y
vivir en un estado de perenne victimismo,

no debemos olvidar que echamos en falta la vida de relación con los
demás, porque no es una cosa más,

un extra, sino una verdadera necesidad humana.



A cada problema, el justo peso: esto vale también para la pandemia

Tengamos, pues, presente que la parte más dramática de este asunto no es la cuarentena
: el personal sanitario está hecho polvo; faltan respiradores,
protecciones; en muchos hospitales, en diversas partes del mundo, se está
eligiendo a quién salvar y a quién no. Hay personas que mueren solas,
familias que afrontan lutos.

La crisis económica avanza inexorable y dejará ruinas enormes , como las guerras.

No todos los males tienen la misma gravedad
: hay que ser realistas y dar a cada problema el peso que
merece.

Sin embargo, la cuarentena, el aislamiento de todos, es una cruz, aunque
más pequeña.

Nosotros, en Family and Media, nos ocupamos normalmente de
comunicación: hemos decidido concentrarnos en este aspecto, porque plantea
dificultades en el modo de vivir nuestra índole relacional y la
comunicación con los demás.

La cuarentena y la “pequeña cruz” del aislamiento

La cuarentena no es una condena: es una

forma de respeto hacia nuestra vida y la de los demás, es una renuncia
ineludible, pero es, a todos los efectos, una renuncia.

Y podemos reconocerlo

sin temor a quedar como estúpidos, superficiales, o malcriados.

Una pantalla no puede reemplazar a la presencia física del otro. Un abrazo virtual no será nunca como un abrazo real.

A la vez, este tiempo de privación puede -me atrevería a decir que debe-
enseñarnos mucho.

Si tenemos el don de gozar de buena salud y “solo” estar obligados a la
cuarentena, podemos ver este momento de prueba como una oportunidad para
aprender algo más sobre nuestras relaciones.



Y ¿qué nos está enseñando la cuarentena? ¿Qué podríamos considerar,
ahora y cuando termine esta emergencia?



  1. Podemos reconocer lo bonito que es estar juntos, y
    agradecer el regalo de los seres queridos.

    Renunciar a compartir la propia vida con parientes, amigos,
    colegas, nos ayuda a ver la belleza de estar juntos.

    Aunque solo sea por teléfono o vía chat, podremos decirles que son
    importantes para nosotros, y estamos impacientes de poder compartir
    de nuevo con ellos un tiempo de calidad.

    Podremos reflexionar también sobre el valor de un simple saludo en
    un supermercado, en una plaza, la fuente de alegría de reunirse con
    otras personas en una iglesia, en un teatro.



  2. Podemos valorar mejor la presencia física, las
    conversaciones cara a cara.

    Una vez terminada la emergencia, sabremos

    valorar mejor la belleza de una mirada, de una sonrisa.

    Y cuando tomemos un café con alguien, hasta dejarnos el móvil en
    el bolso. Si por un lado la tecnología cumple hoy una función
    importante (para decirlo con las palabras del profesor de Teoría general de la comunicación de la Universidad
    Pontificia de la Santa Cruz, Dariusz Gronowski, está sirviendo de
    “prolongación del ser humano”, porque nos permite llegar a donde no
    podemos hacerlo físicamente), nos damos cuenta de lo mucho que esto
    puede ser provisional, ¡porque necesitamos el contacto humano! Esta
    crisis puede “purificar” nuestra mirada, hacernos más atentos en
    nuestras relaciones.



  3. Podemos aprender a equilibrar mejor en nuestra vida la
    tecnología y las redes sociales.

    Es innegable, como hemos mencionado, que en este momento, la

    tecnología está ayudando muchísimo a sostener nuestros lazos y
    nuestras actividades

    … (pensemos en el tele trabajo, en los niños que pueden seguir las
    clases desde su casa, en los novios, los abuelos con nietos, las
    mamás con hijos que pueden ver por Skype).

    Hoy más que nunca, las redes
    sociales pueden ayudarnos a sentirnos menos solos.
    Permiten un contacto con el mundo exterior, con quienes están
    lejos.


    Hace unos días leí el relato de una enfermera, conmovida por
    haber prestado su teléfono a una señora afectada por Covid19,
    que no tenía un celular muy tecnológico, y quería ver -al menos
    en una pantalla- a sus hijos, para despedirse de ellos antes de
    morir.

    Al mismo tiempo, precisamente porque estos instrumentos son lo
    único disponible para estar en contacto, nos damos cuenta desu insuficiencia: pueden ayudar, sí, pero no reemplazar el estar juntos en carne y hueso.

    La tecnología puede ser útil, si no abusamos: cuando, como ocurre
    en este tiempo, la ponemos al verdadero servicio del hombre y no en su lugar.



  4. Podríamos partir de la familia, para reconstruir de un
    nuevo modo nuestras relaciones.

    Como

    afirma el escritor Alessandro D’Avenia en un artículo publicado
    recientemente en esta web

    , “En estos días dramáticos también nosotros nos sentimos de
    cristal . Frágiles y asustados ante cualquier contacto, hemos
    tenido que encerrarnos en casa. El efecto es tan inesperado como
    perturbador: las relaciones se muestran en su desnuda verdad. Los
    espacios limitados y el tiempo abundante provocan inevitables roces
    y enfrentamientos, pero sólo cuando somos transparentes descubrimos
    la calidad de nuestras relaciones en estas jornadas dramáticas
    también nosotros nos sentimos de vidrio […]¿Cuánto
    tiempo hace que no abordamos heridas, silencios, mentiras,
    rencores, secretos, que nos han alejado de quien vive con nosotros,
    bajo el mismo techo? Ahora, precisamente porque no nos podemos
    esconder, tenemos la posibilidad, como el licenciado Vidriera, de
    hacer transparente lo que ha sido oscurecido por las actividades
    externas cotidianas o embotado por repetitivas rutinas domésticas».

    Sería bueno intentar trabajar con sinceridad y dedicación con
    nuestras relaciones más estrechas, incluso confiando en Dios.
    Estaría bien si aprovecháramos esta oportunidad para aprender o volver a querer en serio. Sería hermoso, en
    definitiva, si sacáramos partido de estos días para reconstruir
    desde cero -si fuese necesario- las relaciones familiares. En lugar
    de anhelar la fuga, paremos: hablemos, aclaremos, tratemos de escuchar, recemos juntos. Reiniciemos
    desde casa, para salir, cuando sea posible, con un espíritu
    renovado, con un nuevo impulso, también hacia los demás.



  5. Podríamos aprender, por último, que la unión hace la fuerza.

    En la emergencia que afecta a toda la sociedad, la superación de la
    crisis sólo es posible si cada uno cumple su parte. Respetando
    todos las disposiciones que imponen el aislamiento en la vivienda –
    aunque nos cueste mucho-, demostramos que sabemos colaborar con un
    objetivo común, sentirnos parte de una comunidad y no islas.

    Y si la unión hace la fuerza frente a una pandemia, ¿por qué esto
    no debería valer siempre? Quizá, viendo lo poco que somos capaces
    de realizar solos, frente a grandes problemas, aprenderemos que

    caminar juntos lleva sin duda más frutos que atropellarnos unos
    a otros…

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